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lunes, 7. abril 2003

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Zapatillas


Nota: este texto es el regalo de boda de Maribel Lacave. Alguien pensará que el tema no es muy apropiado, pero las cosas salieron así. Está basado en un post de Crónicas Hoteleras

Estaba en la recepción, sentado en un cómodo sofá, un poco escondido tras el ficus benjamina, cuando les vio entrar. Su mujer y aquel hombre que trabajaba en el ministerio de sanidad, el adjunto al secretario. Se echó un poco hacia atrás, intentando esconderse, no ser reconocido, pero ninguno de los dos, ni su mujer ni su amante se volvieron. Simplemente se acercaron a recepción y solicitaron la habitación que habían reservado.

Su amante se estaba retrasando, así que había escogido ese sitio en el salón porque le permitía dominar todo el hall y la recepción del hotel. Al ver entrar a su mujer se sorprendió; un guiño del destino que hacía que se citase con su amante a la misma hora en el mismo hotel que su esposa con el suyo. Aunque bien pensado, aquél era el lugar con más clase de la ciudad, los empleados discretos y convenientemente alejado del centro.

Su mujer firmó en el registro, él cogió la llave y desaparecieron de su vista. Fue un gesto tan familiar que no pudo evitar sonreír. Él hacía lo mismo: nunca firmaba en el registro, dejaba que ellas lo hiciesen, pero pagaba la factura al marchar, siempre en efectivo. Mientras ellas firmaban, tomaba la llave y se volvía en dirección a los ascensores, impaciente.

Al cabo de veinte minutos llegó su cita, pero no se quedaron en el hotel. Hubiese sido un tanto embarazoso que se encontrasen con su mujer al salir de la habitación. La acompañó a un taxi, disculpándose por la cancelación y se volvió a su casa. Discutieron. Ella pensaba que a él le había molestado el retraso. Él no quiso darle más detalles y ella se había enfadado. Había tenido muchas dificultades por llegar a la cita y no se explicaba el rechazo.

Al llegar a casa pidió algo de comer a un restaurante cercano que servía a domicilio, encendió la tele y se quitó los zapatos. Pero no encontraba las zapatillas. Sólo eso, quería sus zapatillas, estar cómodo en su propia casa. Empezó a revolver armarios, cajones, buscó debajo de la cama. No estaban. Era todo lo que pedía a su matrimonio, un poco de comodidad. Sus zapatillas. Volvió a repasar todos los sitios posibles, volvió a comprobar todos los armarios, debajo del sofá del salón, en los baños. Le trajeron su pizza y todavía estaba en calcetines. Aquello era más de lo que podía aguantar. Solo había una forma de averiguar dónde estaban sus zapatillas. Cogió el teléfono y marcó el número del hotel.



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jueves, 3. abril 2003

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Nostalgia


Me detuve y olfateé a mi alrededor. Como un sabueso. Debía ser él, el tipo que miraba el expositor de corbatas. Me puse a rebuscar entre un montón de carteras de bolsillo, mirando de reojo. El hombre dejó las corbatas y se dirigió a las escaleras mecánicas del centro comercial. Le seguí y en las escaleras me situé en el escalón contiguo al suyo. Mientras bajábamos volví a oler su perfume, aspirándolo como un drogata, imposible resistirse. En el segundo tramo el hombre pareció notar algo raro, y descendió un escalón más, alejándose de mí, aunque no lo suficiente para que no siguiese disfrutando de su olor. Luego dejé de seguirle y le perdí de vista.

Mónica usaba colonia de hombre, no recuerdo la marca. La última vez que había estado en casa también había sido la última que nos habíamos visto y aquel día, por la mañana, antes de que le acompañase a la estación, había notado que olvidaba deliberadamente su frasco de colonia en mi armario del baño. “Llévatelo –le dije. Yo no la voy a usar.”. Pero ella sonrió y me dijo que apenas quedaba. “Déjala ahí, no te preocupes”. Sabíamos que aquella era la última vez que nos íbamos a ver como amantes, así que no entendía el motivo de aquel abandono. Al volver a casa había cambiado el frasco de sitio, lo había enterrado en el botiquín.

Salí del Corte Inglés y regresé a casa. Una vez allí abrí la caja de las medicinas. En una esquina estaba el frasco. Lo abrí y me eché un poco de colonia en el cuello. Había perdido su frescura pero el olor era ese. De pronto la añoraba tanto.

Seguro que en ese momento había sonreído, sin saber porqué, también ella inundada de nostalgia.



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miércoles, 2. abril 2003

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- Bienvenidos, preparados para nadar. Todos al agua.

Nos zambullimos, deslizándonos suavemente por las cálidas aguas. Dejamos atrás galeones hundidos cargados de tesoros, la isla de las sirenas. Dejamos que miles de pececillos nos acariciasen la espalda. Dejamos nuestro cuerpo, flotando como una piel recien mudada.

Dejamos de respirar.



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viernes, 28. marzo 2003

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Nunca tuvo un sueño


Siempre juntos, desde pequeños. Ahora ella vive en una sombra.

Fue mala suerte,a veces las cosas no suceden como uno quiere. Lanzas una moneda y sale cruz.

Mira las noticias en la TV, sin verlas, solo por tener un murmullo, de fondo, sin atender qué dicen. Una casa demasiado grande, qué más da como va vestida, nada ya importa.

Siempre juntos, desde pequeños. Sola en su habitación.

Él era joven e impulsivo. Bajaba la colina a toda velocidad, el camión derrapó en la curva.

No tuvieron tiempo de decirse adiós.



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jueves, 27. marzo 2003

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Tarde de domingo


La tarde parecía querer ocultar que acaba de empezar la primavera, y por eso dejaba caer algunas gotas de lluvia, gotas que no intimidaban, que animaban a no hacerlas caso. Tampoco la visibilidad era perfecta, aunque la humedad no impedía ver todo Gijón, la impresionante vista que hay en el cerro de Santa Catalina, desde la playa de San Lorenzo al puerto deportivo. Y subiendo por la colina, el Elogio del Horizonte, la escultura de Chillida. Si te pones a su lado y miras al horizonte, desde lo alto del acantilado, te sientes tan pequeño e insignificante como si tu existencia apenas tuviese valor.

Desde allí, donde no se oyen los coches, solo el roce de las olas, donde se adivina la civilización pero parece que el tiempo se haya detenido, pensé que era afortunado. Hasta me hizo sentir culpable, como si no tuviese derecho a vivir en paz. Y para que no me olvidase, bajamos por la calle Artillería, donde dos cañones vigilaban la ciudad, hasta el puerto deportivo. Nos mezclamos con los jubilados que inundaban el paseo, para perdernos después por Cimadevilla. Entramos a una sidrería y tomamos unos calamares, unas parrochas, un poco de cabrales. En la televisión del bar, las "Euronews" ponían imágenes de la caza de unos pilotos que habían caído en Bagdag, y "presuntamente" se habían escondido en el río.



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