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lunes, 23. septiembre 2002

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Sangre en el baño


Lo has roto todo. Trozos por el suelo.

Lo has roto todo, Dios se desangra en la bañera, y sus tarjetas de crédito en tu bolsillo.

Lo has roto todo. Deseabas ser salvado y encendiste el cielo.

No importa.

anticristo


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Pecados capitales


Hace unos días confesé mi envidia. Una envidia sana, lo prometo. Y sin embargo, es un pecado capital. Un pecado. Lo que quiera que eso signifique.

De pequeño tuve cierta educación católica, estoy bautizado y confirmado. Pero un buen día te das cuenta que no está de acuerdo con determinadas cosas. ¿Porqué hay pecados? Y encima, capitales. Vaya palabra más grave. ¿Cómo se puede generalizar de esa manera? Absurdo.

Se puede envidiar y eso no es necesariamente malo. Pero hay otros pecados capitales que también me atraen: soberbia, lujuria, gula, pereza. La ira no, no me gusta, pero aunque nos controlemos, se nos escapa sin querer más a menudo de lo que desearíamos (sobre todo al volante).

¿Pero la soberbia es mala? ¿Quién no desea el alto honor y la gloria?. ¿Y la gula? A mí me gusta comer más de lo que me hace falta, disfruto comiendo. ¿Y la pereza? Que levante un dedo el que no sea un poco perezoso. ¿Es la castidad la alternativa al apetito sexual?

Y nos queda la avaricia. El deseo de acaparar riquezas. ¿En que grupo lo pondría? ¿Es eso incompatible con la generosidad? ¿Porqué deseo más de lo que tengo? ¿Quién tiene la culpa? ¿No llegar a final de mes cómodamente? A diferencia de nuestros padres, nuestra generación no puede ahorrar, vive al día, todo cuesta más de lo que tendremos los próximos 30 años.

Solo nos hace falta un poco más. Eso es todo que queremos. Incluso el doble o el triple de un poco más. Para poder permitirnos algún lujo. Aunque el problema también son las referencias. Somos avariciosos en función de con quién nos comparemos, de nuestro entorno.

La verdad es que esto de los pecados capitales es un rollo. Creo que lo mejor es no preocuparse porque definitivamente, los que menos piensan en ellos son precisamente los que mejor se lo pasan.



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viernes, 20. septiembre 2002

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Buzón


Hay correos electrónicos que parecen weblogs. Comienza con el último "post", y si lees un poco más abajo, algo indentado a la derecha, aparece el mensaje que motivó la respuesta. Y sigues bajando, bajando. Allí está toda la historia del correo.

La configuración por defecto de los programas de correo incluye el texto original al responder. Y es lo normal, contestar usando ese botón, el de responder. Como además se incluye la fecha y hora en que se enviaron se puede hacer una reconstrucción minuciosa, casi forense: quién contestó inmediatamente, quién se lo toma con más calma, el interés que tenía cada interlocutor, basandose en la extensión de la respuesta ...

De forma compulsiva, guardo todo tipo de mensajes y mi buzón va creciendo. Pero cuando me encuentro con uno de estos, me lanzo a borrar todos los precedentes, los envíados y los recibidos. Aún así mi buzón ocupa demasiado.

Alguien puede pensar que es algo bonito, son recuerdos. Pero los recuerdos que no tienes en la cabeza están para acumular polvo. Los otros, los que voy archivando, en realidad solo sirven para guardar pruebas. Para demostrar que un cliente miente cuando dice no recordar algo, para contabilizar el número de veces que el amigo que pasa de nosotros ha cambiado una cita, para poder buscar una disculpa que antes no hayas usado...

Voy a intentar ser sincero conmigo mismo. Ahora mismo va todo a la papelera. Sin más, sin mirarlo, sin filtrar, me arrepentiría si lo hiciese. A la papelera.



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jueves, 19. septiembre 2002

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Crónicas hoteleras (desde el otro lado del mostrador)


Antes de esta entrada, puedes leer este comentario que hice en el weblog de La gruta de las palabras.

Segundo día de viaje, dopado de Frenadol. Me dirijo a Vigo en mi coche. De igual manera que Crónicas Hoteleras nos deleita con las anécdotas de su trabajo en un hotel, me gustaría que algún camionero escribiese su "hoja de ruta", y disfrutásemos con sus aventuras (al menos yo, que hubo un tiempo en que me hubiese gustado conducir un trailer de 24 toneladas, debe dar una agradable sensación de poder al volante).

Casualmente me he traido un disco de los Del Fuegos, una de las mejores bandas de rock americano de finales de los ochenta. Y recuerdo cuando vinieron de gira por Galicia, a Santiago y a Vigo y vine a verles con mi amigo Arturo. Al final nos hicimos amigos de la banda y a las 9 de la mañana estábamos todos honrando al Santo Patrón.

Llego al hotel a eso de las 7. La secretaria había reservado plaza de parking, y para variar hay más coches que plazas. Me dicen que me ponga en la 3, pero mi coche es familiar y no cabe. Así que lo dejo en la 5. En recepción me piden la llave por si tienen que moverlo y me entra el pánico. No me hace ninguna gracia, la verdad.

Mi habitación es grande. La cama es de dos x dos y aún así resulta una habitación espaciosa. Hace calor, pero no veo el mando del aire acondicionado. Tendría que pedirlo en recepción, así que paso. Abro las ventanas. Una enorme T de color rojo está justo a mi lado. Aunque estoy en el un séptimo piso, sube demasiado ruído de la calle, y tampoco parece que refresque demasiado, así que vuelvo a cerrarlas.

El minibar está lleno de cosas apetecibles. Es como el escaparate de una pastelería. Todo te gusta pero pasas de largo. El baño también está muy surtido: jabones, champús, cepillo y pasta de dientes, maquinilla, calzador... no falta de nada, hasta crema hidratante. Eso si que me lo llevo. En la mesita, junto a la cama hay un cartelino que explica los cuatro tipos de almohadas de las que dispones: blanda, semiblanda, plumas y cervical. Pero se supone que tengo que pedirlas en recepción (tengo la semi), así que paso.

Miro el plano de la planta y resulta evidente que esta habitación doble de uso individual debe ser una suite. Al menos es la más grande de todas. Qué calor hace (¿será fiebre?). Enciendo el hilo musical, luego paso a la televisión, donde localizo un canal con videos musicales. Están Green Day con un tema del dookie. Me meto en la ducha para refrescarme y al salir veo a los Planetas. Hora de irse a cenar, a ese sitio BCB en la playa de Samil que me han recomendado (BCB significa bueno, cutre y barato).

Mi hotel está muy cerca de la calle Churruca. Al volver de cenar pienso en pasarme por esa calle, llena de garitos rockeros. Pero tiene la desfachatez de llover con fuerza, así que decido que me voy a mi habitación a escribir esta crónica hotelera, que publicaré mañana cuando llegue a casa. Enciendo la TV: Clapton y el umplugged. Me vale. Luego Paul Weller, fenomenal. Descubro que han dejado una bandeja con fruta sobre la mesa. Genial. Me como un plátano (por el tamaño ha de ser caribeño) y un kiwi (de Nueva Zelanda). Y un Frenadol.

En la otra mesilla hay dos bombones y una tarjeta que me desea "dulces sueños". Lo veo ahora que ya me he lavado los dientes. Bueno, casi mejor, seguro que tienen algún afrodisíaco para que conecte con la porno del Pay TV.

Bueno, a leer un rato (un cuento de Elissa Wald, Terapia que empieza así ) y a dormir. Mañana hay que causar buena impresión en la reunión.

Buenas noches.



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jueves, 12. septiembre 2002

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Listas 1- literatura, cronológica


Pues si, esta es mi primera lista. No muy meditada, pero cronológica, sobre los libros que fueron marcando mi evolución como lector.

  1. Los cinco/los siete secretos - Enid Blynton Ninguno en particular. Aprendí a leer con ellos (y con leer no me refiero a reconocer las palabras).

  2. Cuentos - Edgar Allan Poe Dejé de leer cosas para niños. Pensaba que ya era mayor. También leí muchisima novela negra y de misterio, a Hammet y a Chandler.

  3. El guardián entre el centeno - J.D. Salinger De esta época recuerdo haber leído mucho a Scott Fitzgerald y a John Dos Passos, pero sin duda esta es mi novela de entonces. Me empezó a dar por los yankis.

  4. Catedral - Raymond Carver Fué un descubrimiento, allá por el 88. Y con él D. Leavitt, L. Moore, etc. También merecería estar en la lista "Ángeles derrotados", de Denis Johnson.

  5. Generación X - Douglas Coupland En el 94 yo me sentía como los personajes de la novela. Pero también disfruté con las siguientes novelas de Coupland.

  6. Alta fidelidad - Nick Hornby Este libro hay que leerlo cuando tienes entre 30 y 32 años. Antes o después es divertido, pero al leerlo a esa edad notas una cierta desesperación que no sabes de dónde viene. Muy recomendable Hanif Kureishi, que como Hornby también es inglés. No me quiero olvidar de Richard Ford, alumno aventajado de Carver, cuyos relatos condensan el miedo que le tenemos al futuro, la melancolía, la esperanza.



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