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domingo, 6. octubre 2002

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Dos minutos antes


Todo en mi vida fue fácil, no hubo nada de que preocuparse. Nunca me esforcé demasiado pero pasé todas las pruebas.

Encontré un buen trabajo, conocí a una buena chica, me compré una buena casa, tuve un par de niños.

Eso es todo. No puedo decir que me haya ido mal. Pero eso es todo.



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jueves, 3. octubre 2002

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John Gardner es el culpable


El martes di la primera clase del curso de escritura creativa. El primer día siempre lo dedico a conocer a los alumnos, preguntarles sus motivaciones para venir a clase y que se vaya creando un cierto clima de complicidad. Es necesario para que se atrevan a escribir sin timidez, que sean naturales.

También les he recomendado, como todos los años, que se compren un libro de John Gardner, "El arte de la ficción". Es un manual imprescindible.

  • Como dice el autor en el prólogo, debéis leerlo, comprarlo, robarlo (no, es broma). Bueno, de hecho, yo lo robé. Es una guía muy recomendable...

Una alumna, una chica joven me interrumpió.

  • Perdón. ¿Ha dicho...?
  • Si, bueno, fue hace mucho tiempo. Estaba ojeando el libro, leí lo del prólogo y sin pensarlo mucho, decidí hacer caso al autor y me lo metí en el bolsillo. Fue fácil. ¡Lo sugería el propio Gardner, no me mireis así! Claro que entonces en las librerías no había las medidas de seguridad que hay ahora.

Continué la clase y al acabar les deseé un buen día, emplazándoles para la clase de hoy jueves.

Cuando les he vuelto a ver me he llevado una buena sorpresa. Joaquín, un chico grandote que se había sentado en la segunda fila, entró seguido de su padre y el director de la Universidad Popular, para la que doy el curso. Por sus caras sabía que había un problema serio. Enseguida el padre me ha encarado y me ha llamado bastantes cosas. Mientras tanto, Joaquín se ha quedado algo más atrás, mirando al suelo. Luego padre e hijo se han marchado. Al chaval le habían pillado robando el libro que yo había recomendado.

El director de la Universidad Popular me ha pedido explicaciones y he tenido que dárselas, delante de toda la clase. Yo no había robado el libro. Era una broma que hacía cada curso, para despertar la curiosidad en los alumnos, indicándoles que en la vida real, detrás de cada detalle puede haber una historia de ficción; que tienen que ser observadores.

El director ha quedado satisfecho con la explicación. Me conoce de hace tiempo y confía en mi. Pero me siento enfadado. Este golpe de efecto siempre consiguió que los alumnos escribieran con libertad, con audacia, intentando impresionarme, superarse. Pero con mis justificaciones, creo los alumnos han dejado de verme de una forma distinta. Dudo que la mitad acabe el curso.



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miércoles, 2. octubre 2002

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Generación "I"


Cuando voy a trabajar me gusta sentarme en la parte trasera del autobús. Generalmente es donde se sienta la gente más joven. Y escucho sus conversaciones, pero no por cotillear, sino con interés por saber en que piensan estas nuevas generaciones.

Detrás mio venían hoy dos estudiantes de instituto y uno de universidad. Este último le contaba a sus amigos que era su primer día y que se había matriculado en químicas. Lo mismo que había estudiado su padre.

  • Me ha dado un montón de libros, pero no sé para qué. No los voy a mirar porque me voy a aburrir ... -decía.

La conversación se desarrollaba más o menos en esos términos. Supongo que a su edad yo opinaba parecido, pero qué error, qué desperdicio. Si no sientes pasión por lo que vas a estudiar, ¿merece la pena hacerlo? ¿Qué aspiraciones tienes? ¿Existe un objetivo final distinto a poder tener un trabajo dentro de unos años?

Al volver, me senté con mi amigo Luís, que venía con unos apuntes de "educación verbal" o algo así. Me contaba que había estado dando un curso a profesores universitarios, un grupo muy variado, y que había sido muy interesante. Me contaba la anécdota de la profesora de matemáticas que reconocía que no miraba a sus alumnos. Decía que en clase llenaba cuatro encerados de fórmulas y enunciados. No tenía tiempo para que se estableciera ningún tipo de comunicación, ni los alumnos de rechistar, porque estaban tomando apuntes como locos, intentando seguirle el ritmo.

  • ¿Y porqué no les das los textos en una fotocopia y te dedicas a explicarles lo que hay ya escrito? -preguntó mi amigo. La profesora se justificó diciendo que si los alumnos ya tienen los apuntes, entonces no van a clase.

¡Qué absurdo! ¿Para esto pierde un alumno 3, 4, más años estudiando? ¿Cómo se logra ilusionar a los alumnos, crear una base para la imaginación, lograr la participación?

Siento generalizar (seguro que hay profesores fantásticos) pero como sigamos así, lograremos que los jóvenes de hoy sean los idiotas de mañana. Aunque, viendo a Aznar y Bush, igual ya es demasiado tarde.



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sábado, 28. septiembre 2002

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Venezia


Iba de mi brazo y noté como se sobresaltaba.

  • ¿Lo has visto, verdad? –le pregunté.
  • Si.
  • ¿Qué hacemos?
  • ¿Es él?
  • Marta, ¿qué dices? Estábamos con él cuando murió. En el hospital.
  • Mira sus gestos, y su pelo. Y cómo se mueve.
  • Vamos tras él –dije, tirando de Marta.

Lo seguimos. Las calles estaban llenas de gente, turistas como nosotros la mayoría. Al cabo de un rato ya no sabíamos donde estábamos, nos habíamos perdido. Entonces el hombre se paró a comprar un periódico.

  • Tengo que hablarle –le dije a Marta.

Nos acercamos y le pregunté:

  • Scusi signore. Credo que nos hemos perdido, siamo persi. Stiamo buscando il nostro hotel. Se chiama hotel Panada, é a San Marco.
  • Certo! E molto vicino. Scusi, signorina, ma...Lei sta bene?

El desconocido miraba a Marta, que se había puesto pálida, la cara descompuesta. Ella echó a correr y se metió en un restaurante, camino del servicio.

Pedí disculpas y me fui tras Marta. Todavía estuvimos unos días más en Venecia y todo ese tiempo ambos, sin decirlo, estuvimos buscándolo. Aquel hombre era el vivo reflejo del padre de Marta, que había muerto hacía unos meses tras una corta enfermedad. No lo volvimos a ver.



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jueves, 26. septiembre 2002

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Cementerios


Ya he comentado anteriormente mi costumbre de presentarme a concursos de relatos (y mi frustración por no obtener ni siquiera una miserable mención). La principal motivación es económica, he de reconocerlo. Aunque ganar un premio tendrá otras cosas buenas: aumentar la autoestima y estimular la creatividad.

Hoy he hecho recuento del número de concursos que llevo y es excesivo (no me atrevo a decir cuantos). Dado el nulo éxito obtenido, la tarea no ha podido ser más inútil. ¡Tantas hojas que han viajado kilómetros y kilómetros para acabar en un basurero, en una fábrica de reciclado, qué se yo!. Enviadas a la muerte sin ningún remordimiento.

Y me imagino a todos esos relatos, echandome de menos, abandonados en un vertedero, junto a los otros que han corrido la misma suerte (de esos que se preocupen sus autores).

No sé porqué, pero hablar de estos "seres" inorgánicos me llevan a otra duda, un tanto inquietante. Si un marcapasos mantiene al corazón funcionando (y las pilas tiene una duración largísima) y se supone que al morir a nadie se lo "extirpan", los cementerios debe estar llenos de "seres" orgánicos muertos, con corazones funcionando a pleno rendimiento.

No me explico este acceso gore en este momento, ni que relación guarda con lo que estaba contando. Hoy no es mi día.

Luarca


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