Última actualización: 17/6/04 16:00
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Algo ha sucedido


Al entrar al ascensor descubrí que había olvidado el bolso en el coche. Le dije a Jaime que fuese subiendo y volví al garaje. Pero las llaves estaban en el bolso, así que no pude entrar al coche. Di la vuelta y subí a casa. Al llegar la puerta estaba cerrada.

Mientras llamaba al timbre pensé que era extraño que Jaime no me habiese dejado abierto. Como tardaba, volví a insistir. Entonces Jaime se asomó, bloqueando la puerta y me dijo que tenía que irme.

  • ¿Qué pasa, Jaime? Déjame pasar.
  • Tienes que irte, no debes ver esto.
  • Jaime, ¿qué sucede? Me estoy asustando. Déjame pasar.
  • Sara, tienes que irte. Por favor.
  • ¿Llamo a la policía?
  • No. No. No les llames -respondió, pálido, con voz temblorosa.

Intenté que me dejase entrar, mientras miraba por la abertura de la puerta, tratando de adivinar algo por encima de su hombro, pero no se veía nada anormal.

  • Jaime, déjame pasar -insistí, intentando parecer firme.
  • Sara, por favor. Confía en mí. Algo ha sucedido. Es mejor que te vayas

Así que me di la vuelta y me fui.



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Delia


- ¿Me quieres, verdad? –me preguntaste. - Sí, más que a nada en el mundo. - ¿Confías en mí? - Por supuesto. - Entonces salta. Si te digo que puedes volar, puedes. - Está muy alto, cariño. - Salta de una vez.

Y salté. De pronto me sentí ligero. Extendí los brazos, ahuequé las manos y empecé a planear. No era volar exactamente, pero sí me sirvió para aterrizar suavemente en el patio. Tú, subida en la azotea, me mirabas asombrada.

  • ¡Es fantástico! –te dije-. Ahora salta tú.

Moviste la cabeza, negando. Tu cara ya no reflejaba asombro, estabas asustada. Luego te fuiste corriendo.

  • ¿Y qué tiene que ver tu sueño con lo nuestro? –preguntó Delia.


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No todo


No todo es lo que parece. Esta mañana fui a buscar a mi compañero, con el que voy todos los días a la oficina. A la puerta de su casa estaba su coche. Mientras le esperaba, jugueteando descubrí que estaba abierto. Me senté en el asiento y agarré el volante. Mis dedos tocaron algo, las llaves, que estaban puestas en el contacto. Salí del coche y llamé a mi amigo al móvil. Además de meterle prisa, quería avisarle donde se había olvidado las llaves. Su móvil sonó en el maletero. Era muy raro. Entonces llamé a su puerta y me abrió su mujer. Mi amigo no estaba, no había pasado la noche en casa. Luego fué cuando les llamamos.

Esa es la verdad. Por eso estaban mis huellas en el volante. No sé nada de un cadáver en el vertedero. Y esa mujer, está chiflada, está muy afectada. Yo nunca tuve relaciones con ella, no era su amante. Nunca me acostaría con las mujeres de mis amigos.



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Cuento de navidad


Se había quedado encerrado en el taller. Los palés había volcado y ahora las maderas bloquean la puerta de salida. Un 31 de diciembre nada menos. Estaba atrapado hasta el día dos, hasta entonces nadie se acercaría por allí.

Revisó las provisiones, que eran escasas. Tenía café, una caja de galletas, algo de fruta. Podría brindar al año nuevo con agua del grifo. Al otro lado de la puerta estaba la bolsa con la compra que había hecho esa mañana, un chuletón de buey y una tableta de turrón blando. Si pudiese salir a por ella tampoco podría cocinarlo, porque no había sartén ni hornillo, aunque si tuviese forma de salir no estaría en el taller en ese momento, claro. La carretilla también estaba fuera aparcada, no había forma de mover las pesadas maderas.

Lo peor era no tener a mano el antidepresivo. La caja estaba dentro del bolsillo izquierdo de su cazadora, en el despacho del edificio anexo y notaba que le hacía falta. Una capsulita para sentirse mejor. Intentó no pensar en ello, pero era incapaz, cada vez estaba más nervioso.

Nadie le esperaba en casa, nadie le iba a llamar para felicitarle, nadie le echaría en falta. Eso era lo que más le dolía. Se había quedado encerrado en el taller, pero la diferencia entre estar aquí o en casa apenas era la comodidad de su sofá y la compañía del televisor.

  • Bien. He de ser positivo –se dijo-. Tengo un montón de ataúdes que fabricar, así que al trabajo.

Estaba cansado tras un día duro, pero todo era mejor que estar parado. Si se paraba se ponía nervioso y entonces recordaba que no tenía las pastillas.

  • Y todo por culpa del dichoso Internet –dijo, hablando para sí-. Cuando pille a Jacobo, le voy a dar.

Hacía un par de meses, su amigo Jacobo le había convencido para realizar una campaña de marketing en Internet. Él se había encargado de todo, había comprado una base de datos con correos electrónicos y había convertido los ataúdes en el regalo de esas navidades. Lo curioso es que en parte había funcionado y tenía unos cuantos pedidos para entregar el día de Reyes. Sabía que era un artesano, un artista fabricando ataúdes, pero no esperaba tener ese éxito. Había mucha gente rara, de eso no cabía duda.

Las maderas habían llegado el día anterior, dos palés de diferentes maderas nobles. Lo habían descargado y dejado a la puerta del taller. Lo normal era haberlo clasificado y organizado al fondo del taller, que había las veces de almacén. Pero por el apuro del momento se había quedado allí, a la entrada. Tenía más trabajo del que podía asumir, y sus empleados no querían hacer horas extras en navidad.

A última hora, cuando estaba a punto de irse notó un crujido extraño. Una luz se reflejaba contra las maderas. Se acercó y de pronto, sin que pudiese hacer nada para evitarlo, la pila se inclinó, como empujada por algo y cayó contra el portón del taller, bloqueándolo. Le dio la impresión que no había sido casual.



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John Gardner es el culpable


El martes di la primera clase del curso de escritura creativa. El primer día siempre lo dedico a conocer a los alumnos, preguntarles sus motivaciones para venir a clase y que se vaya creando un cierto clima de complicidad. Es necesario para que se atrevan a escribir sin timidez, que sean naturales.

También les he recomendado, como todos los años, que se compren un libro de John Gardner, "El arte de la ficción". Es un manual imprescindible.

  • Como dice el autor en el prólogo, debéis leerlo, comprarlo, robarlo (no, es broma). Bueno, de hecho, yo lo robé. Es una guía muy recomendable...

Una alumna, una chica joven me interrumpió.

  • Perdón. ¿Ha dicho...?
  • Si, bueno, fue hace mucho tiempo. Estaba ojeando el libro, leí lo del prólogo y sin pensarlo mucho, decidí hacer caso al autor y me lo metí en el bolsillo. Fue fácil. ¡Lo sugería el propio Gardner, no me mireis así! Claro que entonces en las librerías no había las medidas de seguridad que hay ahora.

Continué la clase y al acabar les deseé un buen día, emplazándoles para la clase de hoy jueves.

Cuando les he vuelto a ver me he llevado una buena sorpresa. Joaquín, un chico grandote que se había sentado en la segunda fila, entró seguido de su padre y el director de la Universidad Popular, para la que doy el curso. Por sus caras sabía que había un problema serio. Enseguida el padre me ha encarado y me ha llamado bastantes cosas. Mientras tanto, Joaquín se ha quedado algo más atrás, mirando al suelo. Luego padre e hijo se han marchado. Al chaval le habían pillado robando el libro que yo había recomendado.

El director de la Universidad Popular me ha pedido explicaciones y he tenido que dárselas, delante de toda la clase. Yo no había robado el libro. Era una broma que hacía cada curso, para despertar la curiosidad en los alumnos, indicándoles que en la vida real, detrás de cada detalle puede haber una historia de ficción; que tienen que ser observadores.

El director ha quedado satisfecho con la explicación. Me conoce de hace tiempo y confía en mi. Pero me siento enfadado. Este golpe de efecto siempre consiguió que los alumnos escribieran con libertad, con audacia, intentando impresionarme, superarse. Pero con mis justificaciones, creo los alumnos han dejado de verme de una forma distinta. Dudo que la mitad acabe el curso.



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