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miguel, 14 de enero de 2003, 10:09:58 CET
Teoría de la relatividad
Los dos policías se le acercaron.
El hombre les ofreció su cartera abierta, mostrando su carnet.
- ¿Es usted de Alburquerque? –le preguntó uno de los policías.
- Si, eso es.
- Pues vaya nombre raro. ¿Eso es en España?
- Sí, en Badajoz. Lo pone ahí.
El otro policía señaló la bolsa había dejado en el suelo, mientras sacaba la cartera de la chaqueta.
- ¿Qué lleva usted ahí?
- La comida. No tengo tiempo de bajar a casa.
- Enséñemelo, por favor.
El hombre sacó un cacharrito de plástico de la bolsa.
- ¿Qué es? –preguntó el policía.
- Tortilla. Tortilla de patatas.
- Eso no es comida. Eso me lo como yo a media mañana. ¿Nos quiere usted engañar?
- No lleva usted ni siquiera pan –dijo el otro policía.
- Soy de poco comer –dijo el hombre, en voz muy baja.
- Bien, por esta vez, pase. Puede usted irse.
El hombre cogió el cacharro y lo metió de nuevo en la bolsa. Uno de los policías le puso la mano en el brazo y le preguntó:
- ¿Qué es eso otro? ¿Qué más hay en la bolsa?
- ¿Eso? Es un libro.
El policía lo sacó de la bolsa, miró la portada y se lo pasó a su compañero.
- Se titula “La teoría de la relatividad”, de Juanjo Barral.
- ¿Es un libro de ciencias? –le preguntó el policía.
- No, es un libro de poesía –aclaró el hombre.
Los dos policías se miraron con expresión grave.
- Va tener que acompañarnos usted al cuartelillo.
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miguel, 13 de enero de 2003, 13:05:25 CET
La tía
Estoy sentada con mi hija, intentando enseñarle a leer mientras tomo una taza de té.
- A ver… ¿La T con la A?
- Taaaa
- Bien, ¿la T con la E?
- Esteee –dice, señalando mi taza.
- Si, eso es. Té. ¿La T con la I?
- Tíii a.
- Bueno, Ti, nada más. ¿La T con la O?
- Toooo nta!. –dice mi hija.
- Vaya –protesto. ¿La T con la U?
- Túuuu –dice la niña.
Y luego añade.
- La tía toma el té cuando no estás tú y es tonta. Y no me gusta nada la tía.
Yo me quedo desconcertada, porque mi hija no tiene ninguna tía.
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miguel, 6 de enero de 2003, 20:53:46 CET
Una taza de té
Salió dando un portazo, llevando su maleta. Acabábamos de discutir y se había ido, esta vez definitivamente. Aunque la discusión no fue violenta, sobre el mantel quedaba la mancha de una taza de té derramada. Decidí prepararme otro y pensar que iba a hacer con mi vida a partir de este momento.
Entonces lo vi claro. Estaba ahí, en el mantel, haciéndome señales. Una mancha con la forma de América del Sur y un cuchillo de postre apuntando a Buenos Aires. Mi destino.
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miguel, 2 de enero de 2003, 8:50:20 CET
Domingo
- Hoy parece domingo. ¿Qué día es hoy?
Mi mujer abrió un ojo, me miró y dijo:
Me dí la vuelta para seguir durmiendo, pero no lo conseguí. Al final me levanté, hice café. Salí al pasillo y robé el periódico a los vecinos. Tan temprano no lo echarían en falta. Después de desayunar volví a dejarlo sobre el felpudo.
Así que domingo, vaya, vaya. Quién lo diría. ¿Y ahora que puedo hacer mientras se despierta el resto del mundo? Eché un vistazo por la ventana y decidí que un paseo por el parque estaría bien.
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miguel, 4 de diciembre de 2002, 15:44:43 CET
Más allá no hay nada
Estaba a la altura del piso catorce cuando el ascensor se paró lentamente, iniciando el descenso a continuación. Pero no estaba cayendo, no me iba a estrellar contra el suelo. No saltaron los frenos, el paracaídas. Simplemente, parecía haber olvidado que yo iba al piso dieciocho y descendía. Al principio miraba el indicador del piso extrañado, viendo como cambiaban los números. Pero cuando llegamos al último piso, al sótano tres, el ascensor siguió bajando. Durante un rato, siguió bajando. Eso me puso bastante nervioso.
En realidad fue menos de un minuto pero se me hizo muy largo. Aquello se movía, seguro, no era sugestión. Mientras, yo apretaba todos los botones del ascensor: el de parada, el de la planta baja, la alarma, hasta el de la ventilación. Pero sin inmutarse, el ascensor siguió su camino hasta que decidió pararse. Sonó una campanita indicando que habíamos llegado pero no se abrieron las puertas. El indicador mostraba el sótano tres, pero debíamos estar unos siete pisos más abajo, en el sotano diez.
Solté una mano del reposabrazos. Estaba al fondo del ascensor, de puntillas, el culo pegado a la esquina. Me palpé el pecho, mi corazón latía a toda velocidad. Respiré hondo. Al fin me atreví a dar un paso, luego otro. Empuje las puertas, que se abrieron de forma extraña y salí del ascensor.
Me encontraba en una especie de pasillo. Al fondo había un pequeño mostrador. Detrás de este, un hombre de uniforme me miraba sorprendido. Cerré las puertas del ascensor y empecé a recorrer el pasillo. El vigilante, al ver que me movía, vino corriendo hacia mí.
- Creo que no me he llevado un susto mayor en mi vida –le dije.
Sin responderme, el hombre me tiró al suelo de un empujón, inmovilizándome con su cuerpo.
--Continuará
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