- ¿Te has escapado?

No contestó, pero afirmó con la cabeza, mirando al suelo.

• Eso no está bien. Tus padres estarán preocupados.

De nuevo volvió a mover la cabeza, pero esta vez para negar.

• ¿No estarán preocupados? ¿Cómo estás tan seguro? –le pregunté.
• Siempre están enfadados, discutiendo. Les da igual lo que me pase.
• No, no pienses así. Claro que les importas.
• No, les da igual. Si me muriese seguro que se alegraban.
• No se alegrarían. Además, si te murieses yo también me pondría muy triste.
• Tú ya estás muy triste. No lo ibas a notar.

Eso me dejó descolocado. El chico no me conocía y solo hacía unos minutos que me había acercado a interesarme por él. No sabía que podía ser tan transparente.

Estábamos charlando en un bar, con un grupo de conocidos. Nuestras manos se rozaron, de una forma que parecía casual. Nos miramos y volvimos a juntarlas. Sentí el placer casi olvidado de la primera vez, ese que sale del pecho y sube por el cuello, haciendo cosquillas. Me sentía tan bien que cuando desperté, solo unos segundos después, aún sonreía.

Era extraño haber sido infiel, aunque fuese en sueños. Pero estaba tan feliz que me dio igual.

Desde mi ventana veo la bandada de raitanes, comiendo migas en el jardín. Serán unos veinte, manchas de colores sobre el césped. Menos uno, que subido a la valla, parece mirarme, desafiante. Seguramente se siente más importante que los otros.

He salido al jardín y todos los pájaros han echado a volar. Todos, menos uno. Me he acercado, hasta estar a un solo metro de él. Me he detenido, con cierta sorpresa. Entonces el raitán ha echado a volar y ha desaparecido de mi jardín. Sin darme una oportunidad.

Me dió un bofetón que casi me salta las gafas. Estaba esperando el autobús cuando la vi acercarse. Y me reconoció, de eso estoy seguro. Hice un gesto para saludarla, darle un par de besos cuando me sacudió una torta tremenda. Luego siguió su camino sin inmutarse, sin mirar atrás. En ese momento llegaba el autobús y todo el mundo, los de la cola y los que ya estaban dentro vieron la escena. Subí el último y busqué un hueco libre, procurando no mirar directamente a nadie, porque estaba seguro de que me observaban con curiosidad.

Me senté, solo, mientras pensaba por qué me habría pegado Sandra, intentando recordar la última vez que nos habíamos visto, hacía doce o catorce años. Pero no lo conseguía, no era capaz de adivinar por qué había reaccionado así, con lo amigos que siempre habíamos sido. Y lo peor era que quizás tendrían que pasar otros doce años para que nos volviésemos a encontrar, para que le pudiera preguntar que había pasado para guardarme tanto rencor.