Última actualización: 17/6/04 16:00
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Crónicas hoteleras (desde el otro lado del mostrador)


Antes de esta entrada, puedes leer este comentario que hice en el weblog de La gruta de las palabras.

Segundo día de viaje, dopado de Frenadol. Me dirijo a Vigo en mi coche. De igual manera que Crónicas Hoteleras nos deleita con las anécdotas de su trabajo en un hotel, me gustaría que algún camionero escribiese su "hoja de ruta", y disfrutásemos con sus aventuras (al menos yo, que hubo un tiempo en que me hubiese gustado conducir un trailer de 24 toneladas, debe dar una agradable sensación de poder al volante).

Casualmente me he traido un disco de los Del Fuegos, una de las mejores bandas de rock americano de finales de los ochenta. Y recuerdo cuando vinieron de gira por Galicia, a Santiago y a Vigo y vine a verles con mi amigo Arturo. Al final nos hicimos amigos de la banda y a las 9 de la mañana estábamos todos honrando al Santo Patrón.

Llego al hotel a eso de las 7. La secretaria había reservado plaza de parking, y para variar hay más coches que plazas. Me dicen que me ponga en la 3, pero mi coche es familiar y no cabe. Así que lo dejo en la 5. En recepción me piden la llave por si tienen que moverlo y me entra el pánico. No me hace ninguna gracia, la verdad.

Mi habitación es grande. La cama es de dos x dos y aún así resulta una habitación espaciosa. Hace calor, pero no veo el mando del aire acondicionado. Tendría que pedirlo en recepción, así que paso. Abro las ventanas. Una enorme T de color rojo está justo a mi lado. Aunque estoy en el un séptimo piso, sube demasiado ruído de la calle, y tampoco parece que refresque demasiado, así que vuelvo a cerrarlas.

El minibar está lleno de cosas apetecibles. Es como el escaparate de una pastelería. Todo te gusta pero pasas de largo. El baño también está muy surtido: jabones, champús, cepillo y pasta de dientes, maquinilla, calzador... no falta de nada, hasta crema hidratante. Eso si que me lo llevo. En la mesita, junto a la cama hay un cartelino que explica los cuatro tipos de almohadas de las que dispones: blanda, semiblanda, plumas y cervical. Pero se supone que tengo que pedirlas en recepción (tengo la semi), así que paso.

Miro el plano de la planta y resulta evidente que esta habitación doble de uso individual debe ser una suite. Al menos es la más grande de todas. Qué calor hace (¿será fiebre?). Enciendo el hilo musical, luego paso a la televisión, donde localizo un canal con videos musicales. Están Green Day con un tema del dookie. Me meto en la ducha para refrescarme y al salir veo a los Planetas. Hora de irse a cenar, a ese sitio BCB en la playa de Samil que me han recomendado (BCB significa bueno, cutre y barato).

Mi hotel está muy cerca de la calle Churruca. Al volver de cenar pienso en pasarme por esa calle, llena de garitos rockeros. Pero tiene la desfachatez de llover con fuerza, así que decido que me voy a mi habitación a escribir esta crónica hotelera, que publicaré mañana cuando llegue a casa. Enciendo la TV: Clapton y el umplugged. Me vale. Luego Paul Weller, fenomenal. Descubro que han dejado una bandeja con fruta sobre la mesa. Genial. Me como un plátano (por el tamaño ha de ser caribeño) y un kiwi (de Nueva Zelanda). Y un Frenadol.

En la otra mesilla hay dos bombones y una tarjeta que me desea "dulces sueños". Lo veo ahora que ya me he lavado los dientes. Bueno, casi mejor, seguro que tienen algún afrodisíaco para que conecte con la porno del Pay TV.

Bueno, a leer un rato (un cuento de Elissa Wald, Terapia que empieza así ) y a dormir. Mañana hay que causar buena impresión en la reunión.

Buenas noches.



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Re: un extraño en la cocina


Después de leer Un extraño en la cocina, en La decadencia del ingenio, tuve que escribir este texto. No pude evitarlo, se movían los dedos solos. Aislado funciona, pero recomiendo leer también el texto que lo motivó.

Eso se lo oí decir a mi mujer un día. Le sorprendí mientras hablaba por teléfono con una amiga. Yo acababa de llegar y no se dio cuenta.

  • Figúrate. Estaba agachado, metiendo los cubiertos en el friegaplatos y no sabía quién era. Calvo.
  • ...
  • Bueno, calvo nooo. Todavía no. Aún le quedan tres pelos.
  • ...
  • Ya, hija, ya lo sé. El tuyo también, pero es que una no se fija. Y de repente, sin previo aviso, una entra a la cocina y se encuentra con un desconocido, calvo, con una camiseta blanca modelo 'agroman', la barriga asomando, y que quieres, me asusté. Supongo que es normal, pero tendré que acostumbrarme.
  • ...
  • Jajaja, no me hagas reir. Bueno, te dejo, voy a preparar la cena.

Mientras acababa de despedirse, volví de nuevo a la entrada, abrí la puerta y la cerré con fuerza, la suficiente para que mi mujer se enterase, pero sin pasarme. Me acerqué a ella y le dí un beso en la mejilla, como hacía siempre.

  • ¿Qué hacías? -le pregunté.
  • Nada, iba a hacer la cena.
  • Ah, me pareció que estabas al teléfono.
  • Pues no -me contestó.

Esa noche estaba un poco incómodo. ¿Con quíen estaba hablando? ¿Quién era el tipo de la cocina, el que estaba con el friegaplatos? No paraba de dar vueltas en la cama, tanto que ella se enfadó y me dijo que me fuera a ver Crónicas Marcianas, que era un pesado. Así que me levanté y estuve viendo un rato la televisión. Cuando me aburrí, a eso de las tres y media (al día siguiente trabajaba), bebí un vaso de leche en la cocina y fuí a acostarme.

Mientras estaba meando, caí en la cuenta. Extraña relación la que tienen la escatología y la resolución de todo tipo de dudas. Me dí la vuelta, me miré en el espejo. Yo era el hombre 'agroman'. Incluso llevaba la camiseta. Me reí sin hacer ruido y fuí a dormir, más tranquilo.

Mañana -me dije- me pongo a dieta.



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Re: permanentes


Este texto intruso fué mi comentario al delicado original de Crónicas hoteleras. Mi propuesta no es muy apropiada, está fuera de tono, ya que aporta alegría, aunque cargada de nostalgia, a una historia triste.

Unos amigos de mis padres, a los que hace siglos que no veo, tienen un hotel familiar, un tres estrellas de tamaño medio. Aunque la planta superior ahora es una más del hotel, inicialmente era la vivienda familiar. ¡Vivir en un hotel!. Recuerdo cuando íbamos de visita como algo increíble. Claro, no es lo mismo vivir con tu mujer y tus hijos, que solo, como Enrique.

Entonces tendría yo unos 11-12 años, y a esa edad todo lo que se saliera de lo habitual resultaba casi mágico. Corríamos por los pasillos, robando los botecillos de champú de los carros de limpieza, comíamos sándwiches de jamón york y queso fundido en la cafetería. Y Cocacola (en mi casa nunca la hubo). Sin preguntar a nadie, sin pagar. Mis amigos se sentaban, pedían y… ya. Yo alucinaba. Recuerdo que junto al ascensor había una puerta pequeña por donde se tiraba la ropa de cama y las toallas. Un tobogán en caída libre, directo a la lavandería.

Y aquellos niños, mis amigos, tenían de todo. El cuarto de baño era más grande que el cuarto que compartía con mi hermano. Tenían un tocadiscos en su habitación, para ellos solos, y una colección de cassetes y vinilos impresionante. De aquella yo no tenía ni idea de música, ni me interesaba. Y eso que aquel chico, un tal Lluis Llach, no estaba mal. Igual era porque no dejaban de ponerlo. Era el Barcelona Gener de 1976, un disco en directo que nunca más volví a oír (me aburren los cantautores), pero aún recuerdo el estribillo de L'estaca, “Segur que tomba, tomba, tomba, ben corcada deu ser ja.”.

Está bien esto de los recuerdos, Qué bueno es ser un niño de nuevo.



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Listas 1- literatura, cronológica


Pues si, esta es mi primera lista. No muy meditada, pero cronológica, sobre los libros que fueron marcando mi evolución como lector.

  1. Los cinco/los siete secretos - Enid Blynton Ninguno en particular. Aprendí a leer con ellos (y con leer no me refiero a reconocer las palabras).

  2. Cuentos - Edgar Allan Poe Dejé de leer cosas para niños. Pensaba que ya era mayor. También leí muchisima novela negra y de misterio, a Hammet y a Chandler.

  3. El guardián entre el centeno - J.D. Salinger De esta época recuerdo haber leído mucho a Scott Fitzgerald y a John Dos Passos, pero sin duda esta es mi novela de entonces. Me empezó a dar por los yankis.

  4. Catedral - Raymond Carver Fué un descubrimiento, allá por el 88. Y con él D. Leavitt, L. Moore, etc. También merecería estar en la lista "Ángeles derrotados", de Denis Johnson.

  5. Generación X - Douglas Coupland En el 94 yo me sentía como los personajes de la novela. Pero también disfruté con las siguientes novelas de Coupland.

  6. Alta fidelidad - Nick Hornby Este libro hay que leerlo cuando tienes entre 30 y 32 años. Antes o después es divertido, pero al leerlo a esa edad notas una cierta desesperación que no sabes de dónde viene. Muy recomendable Hanif Kureishi, que como Hornby también es inglés. No me quiero olvidar de Richard Ford, alumno aventajado de Carver, cuyos relatos condensan el miedo que le tenemos al futuro, la melancolía, la esperanza.



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Envidia


Empecé mi weblog por culpa de Jaime. Vi el suyo y decidí que yo tenía que tener el mío. Soy un envidioso. El muy cabrón escribe tan bien que estoy pensando en pasarle las ideas de mi weblog, y que las desarrolle. Lo mismo se atreve con política, arte o ficción. Siempre es un placer leerle (salvo un día que se despachó con unos flojos “tópicos”).

No solo le envidio a él, envidio incluso a autores consagrados, clásicos. No tengo ningún pudor. Hace poco leí una interesante “antología del cuento norteamericano”, -cuyo comentario incluiré en la sección de lecturas próximamente-, en la que había al menos una docena de relatos que desearía haber escrito yo.

Uno de ellos, un cuento de John Updike titulado A& P, me inspiró para escribir esta “caja china” en la que el protagonista es a su vez un escritor con poco éxito en los concursos literarios. Usar las palabras para mezclar lo real y la ficción y poder disfrutar leyendolo tuvo en mí el mismo efecto que si hubiese ido al psicólogo, pero mucho más barato, divertido y satisfactorio.



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