Última actualización: 17/6/04 16:00
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viernes, 19. marzo 2004

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Casualidad oculta


Nunca había faltado a su cita. Todos los días, de lunes a viernes, le podías encontrar en la estación de Cuatro Caminos tocando su violín. Supongo que me fijé en él por que en ese momento interpretaba el Ave Verum Corpus, de Mozart, la misma que yo había seleccionado para el momento de la comunión, en mi boda quince días antes. Al volver al trabajo tras el permiso, había empezado a hacer un trasbordo distinto. Me encontraba feliz, recién casado, estrenando piso, y al oír las notas de Mozart, le había dado un billete al violinista, que desde entonces siempre me saludaba al verme pasar. En las sucesivas semanas fue desgranando el repertorio de mi boda. Un día me sorprendía con el Aria de la Suite nº 3 de Bach, otro con el Ave María de Shubert. También fue interpretando el Minueto de Bocherini, la cantata 147 de Bach, el Canon de Pachebel. Con lo original que me había sentido al hacer la selección, parecía que el violinista quisiera demostrarme que todo es demasiado previsible y que las personas nos parecíamos bastante.

El caso es que hoy no estaba en su sitio, tampoco llegaban las notas de su violín hasta el andén. Una sensación de vacío y de soledad me ha invadido durante todo el trayecto. Supuse que estaría enfermo, que habría cambiado de sitio, pero no podía evitar sentir cierta inquietud por su falta. También empecé a pensar en mi mujer, como si la falta de aquellas melodías me privara de su recuerdo. Al salir del metro la llamé al móvil, pero ella debía estar viajando también a esa hora. Insistí más tarde, desde la oficina. Muchas veces, pero nunca contestó.



 

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