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martes, 12. agosto 2003

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Lucía y Carlos


Lucía está desolada. Carlos se ha suicidado por su culpa. Acababa de decirle que tenían que dejar de verse, que su relación no funcionaba y al salir de su casa tuvo un accidente. Ahora está muerto.

Había intentado explicárselo, era lo mejor para los dos; esperaba que él lo entendiese, pero se había enfadado. Ella se había mostrado firme porque, si no, la habría convencido. No parecía estar tan mal, ella pensaba que incluso se alegraba, era demasiada carga para los dos. Pero, en el viaducto de Serín, lanzó su coche contra la valla y salió volando. Alguna vez, al pasar por allí, le había comentado que ese sería un sitio ideal para suicidarse. Con la altura que tenía el puente, estaba garantizado el éxito. No había peligro de hacer el ridículo quedándose parapléjico. Muerte asegurada, sin alternativa para un milagro. Lo decía de una manera que a ella le daba miedo, pero jamás pensó que lo dijese en serio. Era culpa suya, tendría que haber sido más delicada. No supo explicarle lo que sentía y él se había enfadado. Si no lo hubiese dejado, aún estaría vivo.

Carlos estaba enfadado. No creía los motivos que le había dado Lucía para romper su relación. Siempre había sido pesimista, veía fantasmas que no existían. No tenía espíritu de lucha. En el fondo era lo mejor, quizás no estuviesen hechos el uno para el otro, pero no podía evitarlo. Le molestaba la irracionalidad, el autoengaño, el convencimiento sin reflexión. Habían quedado con unos amigos en Gijón y no estaba dispuesto a alterar sus planes, así que salió de Oviedo a toda velocidad, ya llegaba tarde. Si ella no venía, iría solo.

En el coche no podía pensar en otra cosa. Llevaban juntos casi un año, debería conocerle aunque fuese un poco. Todas las razones que le había dado para dejarlo eran absurdas. Tocó el colgante que tenía en el cuello, una pequeña caracola. Lo habían comprado en Almería, una tarde que volvían de Cabo de Gata. "Será tu amuleto de la suerte", había dicho Lucía. "Menuda suerte", pensó Carlos. No hacía ni dos meses que lo habían comprado. Aflojó el cuero y tirando de él se lo sacó por encima de la cabeza. Se estaba acercando al viaducto de Serín, una caída de varios cientos de metros. Se puso en el carril de adelantamiento y bajó la ventanilla. Sería un símbolo, librarse del recuerdo, arrojar por la ventanilla la relación y seguir camino, como si tal cosa.

Carlos lanzó el colgante, pero éste golpeó con el borde de la ventana y cayó a sus pies. Al agacharse para cogerlo, se despistó un segundo y su coche se fue contra la valla, golpeándola con violencia. Luego, salió rebotado al carril contrario. De una vuelta de campana saltó por encima del quitamiedos, precipitándose al vacío.



 

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