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miguel, 29 de julio de 2003, 15:17:50 CEST
Venecia V
Estaba en el campo S. Canzian, apoyado en el antiguo pozo de agua, cuando vi acercarse a una pareja. A las once de la noche, en Venecia apenas hay gente por la calle y mucho menos turistas. Al día siguiente partía y aquel paseo era casi una especie de despedida, una forma de apurar las horas finales, un inútil intento de arañar un nuevo recuerdo, como si en ese último minuto fuese a suceder algo que no debía perderme.
Caminaban despacio y la tenue iluminación nocturna de Venecia invitaba a la confidencia. Sin embargo, el silencio de esta ciudad sin coches me permitía distinguir sus voces. Hablaban en inglés, ella tenía una voz suave, muy dulce. La de él era profunda, con un tono serio.
Como suelo hacer, intenté adivinar cómo era su vida, si estaban de paso, adónde se dirigían. Aunque nunca lo había podido comprobar, ya que siempre eran personajes anónimos a los que no volvía a ver, suponía que acertaba. No coincidirían los detalles, la profesión, los motivos, pero en lo básico, en lo importante estaba seguro de acertar o al menos, pasar rozando. Era un juego que me divertía, pensar que las personas siempre se ajustan a unos estereotipos básicos y que, simplemente observando, se podían averiguar tantas cosas.
Él vestía una camisa roja de algodón, con manga larga y bermudas de color crudo. Los zapatos, de cordones, eran del mismo color que el pantalón. Era alto y de complexión fuerte y aspecto deportista, bronceado, con el pelo castaño muy corto. La barba recortada y las gafas con montura al aire le daban un aire de profesor universitario. Calculé que estaría en la cuarentena, pero bastante avanzada, así que la mujer que le acompañaba, que acabaría de entrar en la treintena, bien podría ser una antigua alumna, quizás profesora en prácticas. Ella, una atractiva chica de color, de mirada alegre y labios gruesos, llevaba un vestido amplio y largo de mil tonos distintos, un vestido de manga corta que dejaba ver unos brazos quizás demasiado delgados. Tenía el pelo envuelto en un pañuelo, con una hermosa mata de pelo rizoso asomando por detrás. Iba del brazo de su profesor y caminaba apoyándose en él, como si estuviese algo achispada.
Había decidido que definitivamente ella era alumna suya. Una relación prohibida, clandestina. Él era soltero, divorciado quizás. Se habían enrollado al comienzo del segundo semestre y siempre habían tenido miedo que les pillasen. Habían tenido encuentros apasionados pero apresurados, en moteles alejados del Campus. Al acercarse el final de curso habían planeado este viaje a Europa. Por supuesto, él había pagado todo, el viaje, el hotel, había hecho las reservas. No le importaba. Nunca se había sentido tan bien.
El profesor disfrutaba de cada segundo que pasaba con ella, aunque sin hacerse ilusiones. No debía. Resultaba duro pensar que ella hubiese nacido un año antes de que él alcanzara la mayoría de edad. Era atractivo, inteligente, otras alumnas se habían enamorado de él otras veces aunque nunca había dejado que sucediera nada. Pero esta vez no lo había podido evitar, ella tenía tanta vitalidad, era tan dulce. Y siempre estaba sonriendo. Además era ingeniosa, impredecible. Ella se reía de su diferencia de edad pero un día se cansaría, encontraría alguien más joven y se iría. En ese momento no podría venirse abajo, tenía que estar preparado.
La chica estaba feliz. Él siempre había intentado parecer despreocupado, pero a ella le daba pánico que les hubiesen visto juntos y comprometer su carrera. Nunca, hasta entonces, había logrado estar relajada. Además era la primera vez que viajaba a Europa. Le encantaba este continente. Venecia le parece sorprendente. Venecia era distinta de otros sitios que habían visitado, todo seguía vivo, era como viajar en el tiempo. Hubiese querido vivir allí una temporada, comprar pescado en el mercado que había tras pasar el puente de Rialto, fruta en cualquiera de los puestos que había en muchas calles, una vez que te alejabas de las zonas turísticas. Le gustaría quedarse una temporada con él, descubrir cuantas cosas más tenían en común, averiguar si dentro de un año, diez años, seguirían disfrutando cada segundo que pasaban juntos.
Cuando estaban a unos metros, no he podido apartar la vista de la chica. Nuestros ojos se han seguido unos segundos y al cruzarnos me ha sonreído. He tenido que respirar hondo. Luego he mirado hacia atrás. Ésta vez ha sido él quién me ha sonreído.
El profesor me ha sonreído, aunque apenas se ha fijado en mí. Ha sido un gesto involuntario. Me ha sonreído pero su cabeza estaba en otra parte, pensando que tiene que intentar disfrutar del viaje. Al llegar a casa hablará con ella. No pueden comportarse como adolescentes. Son adultos y esa relación es imposible que acabe bien, que lo mejor será dejarlo antes de que los daños sean mayores.
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