Han tirado el edificio que se veía desde mi ventana. Ahora es un solar vacío y cuando me asomo a la ventana lo echo de menos. Estaba tan viejo que daba pena. Su dueño, otro viejo, se había muerto hacía unos veinte años y por esas cosas extrañas que tienen las herencias, se había quedado abandonado.
Allí fueron mis primeros escarceos sexuales, y los de mis amigos del colegio también. Al principio era divertido, estaba algo sucio, pero había muchas habitaciones y siempre te encontrabas a alguien conocido por allí. Yo tenía que entrar con cuidado de que no me viesen en casa y escoger las habitaciones que daban a un patio interior.
Luego dejamos de ir. Aquello se llenó de yonkis y era peligroso. El suelo estaba lleno de jeringuillas, siempre había alguien con aspecto de estar muerto tirado en el pasillo, en la cocina, en la bañera. Hasta que un día sucedió de verdad, un chico murió de sobredosis. Me sonaba del instituto, aunque era tres o cuatro años mayor. Ví como lo sacaban, lo metían en un ambulancia y se iban. Sin sirena, no había prisa.
Entonces tapiaron las ventanas y puertas del piso bajo y solo entraban los gatos. No sé cuantos habría pero cuando llegaba la época del celo aquello se llenaba de lloros de niño y peleas nocturnas. Cuando empezaba a hacer calor, la calle entera olía a pis de gato.
Esta semana lo han tirado. Una pala enorme lo ha echado abajo y se han llevado los escombros en camiones.