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martes, 6. mayo 2003

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Un viejo en una silla de ruedas


El domingo por la tarde me fui a dar un paseo con mi hijo pequeño por el parque San Francisco. No había una nube en el cielo, la temperatura era agradable y el parque estaba radiante, con los árboles en flor, el verde inundándolo todo.

Llevaba de la mano a mi hijo, camino del kiosco de los helados cuando me fijé en el hombre de la silla de ruedas, que iba empujada por una joven de aspecto latinoamericano, acercándose en nuestra dirección. Ella seguramente sería ecuatoriana, una comunidad que parecía haberse especializado en cuidar ancianos y enfermos. A los viejitos les gustaba su suavidad y dulzura.

El viejo inclinó escasamente la cabeza a su derecha y escupió al suelo. Mi instinto inmediato fue tirar de mi hijo y alejarnos un poco de su trayectoria, para no pisar los esputos. Justo cuando estábamos a su altura, el viejo volvió a escupir. Le miré de reojo, pero lo que vi caer no era saliva, sino una flor. Una pequeña flor de pétalos blancos que se iba volviendo roja a medida que se acercaba al cáliz.

Me quedé parado, viendo como se alejaban, y luego cogí la flor. Era auténtica. Una flor, una delicada flor que se deshizo en mis manos apenas la toqué. Tiré de mi hijo y seguimos a la pareja. A los pocos metros, el hombre volvió a escupir y esta vez me fijé con atención. ¡Una flor! ¡Era increíble! ¡Al hombre le había salido una flor de la boca! Estaba tan asombrado que me acerqué a la chica y le pregunté:

  • Perdone. Disculpe la pregunta, pero... este hombre... le salen flores por la boca.

La chica se detuvo y me sonrió. Mientras tanto, el anciano seguía en la misma postura, sin dar la impresión de haberme escuchado.

  • Pues sí, así es. Un día enfermó y no volvió a hablar, pero cada poco escupe una pequeña flor. Son suaves y preciosas, pero se quiebran con mucha facilidad.
  • ¡Pero esto es extraordinario! ¿Y los médicos que dicen? ¿Cómo no ha salido en los periódicos, en la TV?
  • Yo no lo sé -contestó la chica-. Yo solo llevo dos meses con don Alejandro, no sé nada, y la señora no quiere decirme. Dice que no quiere publicidad.

Estaba perplejo. Deseaba preguntarle más cosas a la cuidadora, averiguar quién era don Alejandro, pero habían continuado su paseo y nosotros íbamos en dirección contraria.

  • Papá, ¿por qué le salían flores de la boca a ese señor? –me preguntó mi hijo.
  • Pues no lo sé. Quizás era un poeta que enfermó y ahora, en vez de versos, le salen flores. ¿De qué quieres el helado?
  • De fresa y nata.


 

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