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miguel, 27 de marzo de 2003, 14:14:46 CET
Tarde de domingo
La tarde parecía querer ocultar que acaba de empezar la primavera, y por eso dejaba caer algunas gotas de lluvia, gotas que no intimidaban, que animaban a no hacerlas caso. Tampoco la visibilidad era perfecta, aunque la humedad no impedía ver todo Gijón, la impresionante vista que hay en el cerro de Santa Catalina, desde la playa de San Lorenzo al puerto deportivo. Y subiendo por la colina, el Elogio del Horizonte, la escultura de Chillida. Si te pones a su lado y miras al horizonte, desde lo alto del acantilado, te sientes tan pequeño e insignificante como si tu existencia apenas tuviese valor.
Desde allí, donde no se oyen los coches, solo el roce de las olas, donde se adivina la civilización pero parece que el tiempo se haya detenido, pensé que era afortunado. Hasta me hizo sentir culpable, como si no tuviese derecho a vivir en
paz. Y para que no me olvidase, bajamos por la calle Artillería, donde dos cañones vigilaban la ciudad, hasta el puerto deportivo. Nos mezclamos con los jubilados que inundaban el paseo, para perdernos después por Cimadevilla. Entramos a una sidrería y tomamos unos calamares, unas parrochas, un poco de cabrales. En la televisión del bar, las "Euronews" ponían imágenes de la caza de unos pilotos que habían caído en Bagdag, y "presuntamente" se habían escondido en el río.
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