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domingo, 9. marzo 2003

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Sinapsis


- Estoy de los nervios. - Ah. ¿Y qué se siente? - Se siente una mal. ¿Tú nunca te pones nervioso? - Creo que no. No lo sé. - ¿Nunca estás preocupado, ansioso, agobiado, impaciente? - Soy un insensible. - Una estatua. - De carne y hueso. - Te amo. - Lo siento. No puede corresponderte. Podemos practicar sexo, pero no hacer el amor. - ¿Y mis besos, no te resultan placenteros mis besos? - Siento cosquillas en el cuello, eso es cierto. Y si me pinchas con un alfiler, sentiré dolor. - No me lo creo. - ¿Porqué estás nerviosa? - Tú me pones nervioso. - Estás de los nervios. - Eso es. - ¿Por eso tienes la piel de gallina? - Sí. Y más cosas. También noto que mi corazón late más deprisa. Toca. - Es cierto, un poco más y mi mano rebotaría. - ¿Te gusta mi pecho? - Para qué negarlo. Es una sensación agradable. - Entonces quizás lo pueda conseguir. - ¿Conseguir qué? - Que sientas algo. - ¿Algo de qué? - Algo por mí. - Eso es imposible. Tendrías que esforzarte tanto que te agotarías. Te quedarías vacía, como si alguien te hubiese absorbido, como si fuesen los restos de una serpiente que acabase de mudar de piel. Pero la culpa es mía. De los conectores en realidad. Supongo que el impulso eléctrico se produce, pero el cable no llega a ningún lado, las neuronas están desconectadas. - Yo creo que podría conseguirlo. Si tú pusieras algo de tu parte. - Mira, si quieres mentiré. Diré que te quiero, intentaré que seas feliz. Eso es lo más que puedo hacer por ti. - Eso no es justo. - Ya lo sé. Nunca sabrías si lo has conseguido realmente, pensarías que estoy fingiendo. - Eso no me haría feliz en absoluto. Prefiero que no finjas. - ¿Qué quieres hacer? - De momento, sigamos caminando. Me encantan los atardeceres. - Mira, el sol se va a ocultar justo detrás del cabo de Trafalgar. - Creo que es la puesta de sol más bonita que he visto nunca. - Aquí siempre son así de bonitas. Te acabas acostumbrando. ¿Lloras? - Si. - ¿Lloras por lo bella que es la puesta de sol? - Lloro por muchas cosas. Sobre todo por tí, porque nunca podrás saber lo que es la felicidad. - Pero si no me importa. No tienes que estar triste por ello. De verdad que no me importa.

El sol, a punto de retirarse, se había vuelto una gran bola roja, que se reflejaba en el mar verde esmeralda, llenandole de brillos. El cielo estaba límpio. Esta noche se verían las luces de Tanger desde la habitación del hotel.



 

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