Al despertar esta mañana me he preguntado en qué animal me gustaría reencarnarme tras mi muerte, una nueva vida animal antes de la Nada definitiva.

¿Qué tal en un león? Estaría bien, pasear por la sabana, cazar una cebra para la hora de la comida, dormir al sol el resto del día. Pero tal vez me reencarnase en el león que se aburre en un zoológico.

No, no. Otra cosa. ¿Qué tal un insecto? ¿Una hormiga? No, no. Eso se parecería demasiado a mi vida actual, seguir la cola, contribuir con mis miguitas, recibir demasiado poco a cambio. ¿Un ciervo volador? Ah, eso es interesante. Podría ser.

Pero no me decido. Entonces le pregunto a mi mujer, que responde sin dudarlo: en un caballo.

• ¿Qué tipo de caballo? -le pregunto.
• En un caballo propiedad de un niño.
• ¿Cuanto suele vivir un caballo?
• No sé. Unos treinta años.
• Es decir, si el niño tiene 10 años cuando le regalan el caballo, lo tiene hasta los 40.
• Sí.
• ¿Y en un insecto? ¿Te reencarnarías en un insecto?
• No. Y en un mosquito menos.

Entonces me he dado cuenta que al despertar ha cazado uno que nos sobrevolaba. Ha sido ágil como un gato. Y me he decidido. Yo me reencarnaré en gato.