Todos los días tomo el autobús para ir a trabajar y para regresar a casa. Viajo con dos compañías distintas, dependiendo del horario, y el trayecto dura apenas quince minutos. Como no existe ninguna norma al respecto, cada conductor decide que emisora suena en el autocar, suponiendo que tenga la radio encendida, e incluso si solo suena en la parte delantera o si lo “sufrimos” todos.
Resulta curioso que la mayoría escogen Cadena Dial, música melódica en español. Es por ello que en ese pequeño trayecto acabe conociendo las canciones de Bisbal, Paulina y demás fauna, incluso que mueva el pié al ritmo (sin comentarios).
Pero hace unas semanas, debido a un pequeño cambio en mi horario, he descubierto que un conductor se sale de la norma. A veces nos deleita con Radio 2 (música clásica) y generalmente con Radio 3. El otro día me dejó muy sorprendido, porque estábamos oyendo el final del programa de Carlos Pina, cuando empezó a sonar un grupo un tanto “trash”. El conductor (supongo que pensando en los viajeros) cambió a “Kiss FM” para volver cinco minutos más tarde para el comienzo de “Los conciertos de Radio 3”. Ese día actuaba un grupo étnico, turco quizás, muy interesante. Decididamente, el conductor se salía de la norma.
Estoy tentado a preguntarle (porque ahora intento hacer coincidir mi regreso a casa con el horario del conductor) si además escribe. Quién sabe si tiene un weblog en Antville, el complemento móvil a las crónicas hoteleras. O si escribe poemas, cuentos, novelas en sus ratos libres.
Ejemplos hay unos cuantos. Por ejemplo, el poeta Vicente Gallego, ganador entre otros del prestigioso Loewe de poesía, trabaja en el vertedero de residuos sólidos urbanos de Dos Aguas, cerca de Valencia, pesando los camiones que entran y salen, y ha escrito muchos de sus poemas en los ratos libres que le deja su ocupación.
También es conocida la historia de Magnus Mills, un conductor de autobús londinense, que vio como la vida le cambiaba cuando la editorial Flamingo le compró los derechos de su novela “The Restraint of Beast” por varios miles de libras, y esta aparecía compitiendo por el honor de ser la mejor novela publicada ese año en Inglaterra.
Volviendo al conductor de mi autobús, ¿me estaré imaginando más de la cuenta? Bueno, si algún día le pregunto, ya os contaré.