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miguel, 4 de diciembre de 2002, 15:44:43 CET
Más allá no hay nada
Estaba a la altura del piso catorce cuando el ascensor se paró lentamente, iniciando el descenso a continuación. Pero no estaba cayendo, no me iba a estrellar contra el suelo. No saltaron los frenos, el paracaídas. Simplemente, parecía haber olvidado que yo iba al piso dieciocho y descendía. Al principio miraba el indicador del piso extrañado, viendo como cambiaban los números. Pero cuando llegamos al último piso, al sótano tres, el ascensor siguió bajando. Durante un rato, siguió bajando. Eso me puso bastante nervioso.
En realidad fue menos de un minuto pero se me hizo muy largo. Aquello se movía, seguro, no era sugestión. Mientras, yo apretaba todos los botones del ascensor: el de parada, el de la planta baja, la alarma, hasta el de la ventilación. Pero sin inmutarse, el ascensor siguió su camino hasta que decidió pararse. Sonó una campanita indicando que habíamos llegado pero no se abrieron las puertas. El indicador mostraba el sótano tres, pero debíamos estar unos siete pisos más abajo, en el sotano diez.
Solté una mano del reposabrazos. Estaba al fondo del ascensor, de puntillas, el culo pegado a la esquina. Me palpé el pecho, mi corazón latía a toda velocidad. Respiré hondo. Al fin me atreví a dar un paso, luego otro. Empuje las puertas, que se abrieron de forma extraña y salí del ascensor.
Me encontraba en una especie de pasillo. Al fondo había un pequeño mostrador. Detrás de este, un hombre de uniforme me miraba sorprendido. Cerré las puertas del ascensor y empecé a recorrer el pasillo. El vigilante, al ver que me movía, vino corriendo hacia mí.
- Creo que no me he llevado un susto mayor en mi vida –le dije.
Sin responderme, el hombre me tiró al suelo de un empujón, inmovilizándome con su cuerpo.
--Continuará
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