Hace unos días confesé mi envidia. Una envidia sana, lo prometo. Y sin embargo, es un pecado capital. Un pecado. Lo que quiera que eso signifique.
De pequeño tuve cierta educación católica, estoy bautizado y confirmado. Pero un buen día te das cuenta que no está de acuerdo con determinadas cosas. ¿Porqué hay pecados? Y encima, capitales. Vaya palabra más grave. ¿Cómo se puede generalizar de esa manera? Absurdo.
Se puede envidiar y eso no es necesariamente malo. Pero hay otros pecados capitales que también me atraen: soberbia, lujuria, gula, pereza. La ira no, no me gusta, pero aunque nos controlemos, se nos escapa sin querer más a menudo de lo que desearíamos (sobre todo al volante).
¿Pero la soberbia es mala? ¿Quién no desea el alto honor y la gloria?. ¿Y la gula? A mí me gusta comer más de lo que me hace falta, disfruto comiendo. ¿Y la pereza? Que levante un dedo el que no sea un poco perezoso. ¿Es la castidad la alternativa al apetito sexual?
Y nos queda la avaricia. El deseo de acaparar riquezas. ¿En que grupo lo pondría? ¿Es eso incompatible con la generosidad? ¿Porqué deseo más de lo que tengo? ¿Quién tiene la culpa? ¿No llegar a final de mes cómodamente? A diferencia de nuestros padres, nuestra generación no puede ahorrar, vive al día, todo cuesta más de lo que tendremos los próximos 30 años.
Solo nos hace falta un poco más. Eso es todo que queremos. Incluso el doble o el triple de un poco más. Para poder permitirnos algún lujo. Aunque el problema también son las referencias. Somos avariciosos en función de con quién nos comparemos, de nuestro entorno.
La verdad es que esto de los pecados capitales es un rollo. Creo que lo mejor es no preocuparse porque definitivamente, los que menos piensan en ellos son precisamente los que mejor se lo pasan.