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miguel, 15 de septiembre de 2002, 11:20:01 CEST
Re: permanentes
Este texto intruso fué mi comentario al delicado original de Crónicas hoteleras. Mi propuesta no es muy apropiada, está fuera de tono, ya que aporta alegría, aunque cargada de nostalgia, a una historia triste.
Unos amigos de mis padres, a los que hace siglos que no veo, tienen un hotel familiar, un tres estrellas de tamaño medio. Aunque la planta superior ahora es una más del hotel, inicialmente era la vivienda familiar. ¡Vivir en un hotel!. Recuerdo cuando íbamos de visita como algo increíble. Claro, no es lo mismo vivir con tu mujer y tus hijos, que solo, como Enrique.
Entonces tendría yo unos 11-12 años, y a esa edad todo lo que se saliera de lo habitual resultaba casi mágico. Corríamos por los pasillos, robando los botecillos de champú de los carros de limpieza, comíamos sándwiches de jamón york y queso fundido en la cafetería. Y Cocacola (en mi casa nunca la hubo). Sin preguntar a nadie, sin pagar. Mis amigos se sentaban, pedían y… ya. Yo alucinaba. Recuerdo que junto al ascensor había una puerta pequeña por donde se tiraba la ropa de cama y las toallas. Un tobogán en caída libre, directo a la lavandería.
Y aquellos niños, mis amigos, tenían de todo. El cuarto de baño era más grande que el cuarto que compartía con mi hermano. Tenían un tocadiscos en su habitación, para ellos solos, y una colección de cassetes y vinilos impresionante. De aquella yo no tenía ni idea de música, ni me interesaba. Y eso que aquel chico, un tal Lluis Llach, no estaba mal. Igual era porque no dejaban de ponerlo. Era el Barcelona Gener de 1976, un disco en directo que nunca más volví a oír (me aburren los cantautores), pero aún recuerdo el estribillo de L'estaca, “Segur que tomba, tomba, tomba, ben corcada deu ser ja.”.
Está bien esto de los recuerdos, Qué bueno es ser un niño de nuevo.
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