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miércoles, 11. septiembre 2002

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Piercing


Ayer robé un carro en el Carrefour. No es que me llevase uno de esos carros metálicos para casa, no. Iba con mi cesta y de repente vi ese carro lleno, me agarré a él y enfilé hacia las cajas.

Ya sé que suena raro, pero tiene explicación. No espero que suene convincente, pero el motivo es que alguien había preparado esa compra para mi. Me encontraba en la sección de verduras, intentando decidir qué tipo de comida sana iba a preparar durante esta semana que voy a estar solo. Un brecol, calabacín, berenjenas, cebolla, tomates ... todo eso estaba ya en el carro solitario, debidamente pesado y con la pegatina del precio puesta. Además había un par de bricks de leche Omega 3, unos yogures desnatados deDanone, cerveza San Miguel cero-cero, galletas de fibra y miel de Gerblé, un paquete de allbran de Kellogs, agua mineral Fuensanta, naranjas, manzanas, paraguayos, un par de plátanos, kiwis de Nueva Zelanda...

Miré a mi alrededor, no parecía que nadie se estuviese fijando. Dejé mi cesta en el suelo, y doblando el pasillo para alejarme del posible campo de visión del propietario del carro, me fuí directamente a pagar. Ya cuando estaba en el coche se me ocurrió que quizás hubiese sido preferible esperar, averiguar quién tenía unos gustos tan adorables. Yo no hubiese comprado la mayoría de estas cosas y estaba muy agradecido a la persona que había hecho la selección por mi.

Más tarde, ya en casa, mientras esperaba que dejase de humear la ración de verduras asadas, pensé que había hecho bien. Si me hubiese quedado para averiguar de quién era el carro, probablemente me habría llevado un buen chasco. Sería de una ancianita con las piernas hinchadas, de una jovencita con cara de intelectual y tremendamente aburrida o quizás de un chico estiloso con pinta gay. Pero como no lo había hecho, podía imaginarme lo que me diese la gana.

Levanté mi vaso y bebí un trago de cerveza a la salud de mi misteriosa amiga, la chica del piercing en el ombligo.
 
El ladrón de carros



 

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