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martes, 27. agosto 2002

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La primera cita



Me presenté delante de mi madre.

¿Qué tal estoy? – pregunté.

Entonces mi madre se puso a chillar, como una histérica. Me dijo que me quitase la dichosa americana. ¿Por qué tienes que revolver en mi armario? -gritaba.

Estaba fuera de sí.

Y todo por la americana negra de mi padre. La americana del traje con el que se había casado, lo único que no se había llevado cuando nos abandonó. Por algún motivo mi madre lo había escondido.

Eso arruinó mi primera cita importante. La chica era muy bonita y no parecía importarle que llevase la americana nueva o no. Mi madre se había quedado llorando, encima de la tabla de planchar. Sus lágrimas estropearon mi primera cita. No importa, mamá. Hubo otras citas después.

Días más tarde, cuando salía para la entrevista de trabajo, mi madre revisó mi peinado, me miró de arriba abajo y dijo: ponte la americana de tu padre, te sienta bien. Él se ha marchado, dudo que vuelva y necesitamos el dinero.

Mi americana de sastre negra. La usé tanto que le salieron brillos por todas partes.

Años después, le pregunté a mi madre porqué se había enfadado tanto. Ella ya había curado sus heridas, pero todavía se acordaba.

Guardaba el traje para amortajar a tu padre –dijo.

Era una tradición antigua, el mejor traje para amortajar al muerto. Mi abuela, y su abuela habían guardado el traje de su boda. Supongo que aquel día, el de mi primera cita, mi madre aceptó que mi padre no iba a volver nunca.



 

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