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martes, 17. diciembre 2002

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Despedidas


Acabo de leer un artículo en el diario Clarin sobre los mensajes de despedida de los empleados. En estos tiempos de despidos masivos, es un tipo de mensajes que abunda.

Incluso, buscando un poco, aparecen páginas que recopilan los despidos más numerosos, a modo de siniestro ranking. El del Financial Times está un poco desactualizado. En About o en MSNBC también tienen una lista, aunque debido, supongo, a los recortes de personal, no están muy al día tampoco.

Y casualmente, ayer cerraba (en principio solo temporalmente) una sección de información de Baquia, uno de los portales de información de nuevas tecnologías más interesantes.

En mi empresa apenas se ha despedido a gente, y no ha sido porque no nos haya tocado la crisis (que la hemos sufrido bastante, porque pertenezco al sector de la informática y las nuevas tecnologías), pero sí ha habido muchos compañeros que se han ido buscando mejores oportunidades. Sus mensajes han sido bastante emotivos, casi todos hablaban del excelente ambiente de trabajo, de los amigos que dejaban atrás. He de reconocer que yo he guardado varios, como orientación por si un día me llegaba el turno, pero aún no he tenido la oportunidad de estrenarme. O la suerte, supongo.

En el artículo de Clarin se comenta que la mayoría de las personas no puede resistir la tentación de ponerse sentimental, indulgente y, por qué no, amarga.

De los mensajes que he recibido, no los ha habido ácidos, como este que se cita en el artículo: Fue divertido trabajar con ustedes, pero será mucho más divertido no volver a verlos más. Adiós, buena suerte, y ojalá que a ustedes también les llegue esta hora.

Decía que prácticamente todas las despedidas que me han llegado fueron sentimentales, aunque sin caer en el patetismo de éste que se cita en el artículo: “Espero que haya iluminado un poco sus vidas así como ustedes iluminaron la mía”.

Pero mi favorita de este artículo es la del joven empleado, que ante una ola de rumores de inminentes despidos en la compañía en la que trabajaba, redactó su mensaje final, aún sin saber si figuraba en la lista de despedidos. Finalmente, tuvo que irse. Pero eso no fue todo: la empresa le prohibió tocar su computadora, la misma en la que había almacenado su texto. “Le tuve que rogar al gerente que me dejara enviarlo”. El mensaje decía así: “Fue un verdadero viaje en una montaña rusa, pero es hora de intentar algo nuevo. ¿Cómo me di cuenta de que me había llegado la hora? Fue simple: dos guardias vinieron a mi oficina y me ordenaron que me fuera”.



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lunes, 16. diciembre 2002

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Preservativos


Parece mentira, pero estamos en el siglo XXI y todavía sucede. Me lo dijo un amigo y no me lo creí, así que me acerqué por la farmacia, que está en la calle más céntrica de Oviedo y pedí una caja de preservativos de mi marca favorita.

  • No tenemos preservativos -me dijo el farmacéutico.
  • Bueno, ¿de otra marca?
  • No, no vendemos preservativos de ninguna marca.

Puse cara de extrañeza, hice algún comentario irónico, a lo cual el chaval me dijo.

  • Es cosa de la dueña. Ella no quiere.
  • Ah, ¿y ella no está aquí ahora?
  • No, no está.

Me quedé con las ganas de decirle algo a la dueña, pero al fin y al cabo, la farmacia es de ella y hará lo que le dé la gana ¿no?



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miércoles, 4. diciembre 2002

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Más allá no hay nada


Estaba a la altura del piso catorce cuando el ascensor se paró lentamente, iniciando el descenso a continuación. Pero no estaba cayendo, no me iba a estrellar contra el suelo. No saltaron los frenos, el paracaídas. Simplemente, parecía haber olvidado que yo iba al piso dieciocho y descendía. Al principio miraba el indicador del piso extrañado, viendo como cambiaban los números. Pero cuando llegamos al último piso, al sótano tres, el ascensor siguió bajando. Durante un rato, siguió bajando. Eso me puso bastante nervioso.

En realidad fue menos de un minuto pero se me hizo muy largo. Aquello se movía, seguro, no era sugestión. Mientras, yo apretaba todos los botones del ascensor: el de parada, el de la planta baja, la alarma, hasta el de la ventilación. Pero sin inmutarse, el ascensor siguió su camino hasta que decidió pararse. Sonó una campanita indicando que habíamos llegado pero no se abrieron las puertas. El indicador mostraba el sótano tres, pero debíamos estar unos siete pisos más abajo, en el sotano diez.

Solté una mano del reposabrazos. Estaba al fondo del ascensor, de puntillas, el culo pegado a la esquina. Me palpé el pecho, mi corazón latía a toda velocidad. Respiré hondo. Al fin me atreví a dar un paso, luego otro. Empuje las puertas, que se abrieron de forma extraña y salí del ascensor.

Me encontraba en una especie de pasillo. Al fondo había un pequeño mostrador. Detrás de este, un hombre de uniforme me miraba sorprendido. Cerré las puertas del ascensor y empecé a recorrer el pasillo. El vigilante, al ver que me movía, vino corriendo hacia mí.

  • Creo que no me he llevado un susto mayor en mi vida –le dije.

Sin responderme, el hombre me tiró al suelo de un empujón, inmovilizándome con su cuerpo.

--Continuará



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domingo, 1. diciembre 2002

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En el Blues Power


Estoy hablando con Nacho, el dueño del Blues Power, mientras me sirve un Johnny Walker.

Se ha comprado un coche nuevo, un coche grande, con mucho morro, y mucho culo.

Como las chicas que te gustan, le sugiero. El se ríe y se va para la cocina.

Si su cocina hablase estaría detenido.

Julia viene a ver si le invito a una copa. Sus padres le habían echado de casa, pero ahora todo marcha bien.

Desde el accidente, cuando un coche le rompió las dos piernas, se han reconciliado. Les quiere, me dice. Se portaron muy bien.

También está Oscar, el chico de la nariz grande. Es tan bueno que la suerte le tiene el último de la cola.

Aquí me siento mejor que en mi propia casa.



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martes, 26. noviembre 2002

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Mascotas


Ir a trabajar en autobús da mucho juego. Hoy iba un chaval contándole a su amigo la última bronca que le había echado su padre. Estos días está haciendo bastante frío y al chaval se le ocurrió salir al jardín de su adosado con los apuntes, aprovechando que los débiles rayos de sol calentaban un poco. Entró a por un bolígrafo y vio la jaula del hamster. Así que la sacó al jardín, para que el animal también tomase el aire y disfrutase de la tarde.

El caso es que por la mañana, mientras buscaba sus apuntes, recordó que los había dejado fuera la tarde anterior. Y con ellos a su mascota. Debido probablemente a la helada que había caído, el animal estaba todo tieso, parecía un polo. Pensando que quizás todavía conservase alguna de sus constantes vitales, decidió combatir la hipotermia metiendo al bicho en el microondas. Dos minutos en la posición de descongelar.

El resto os lo podéis imaginar. Mientras el hamster “revivía”, el chaval se fue a la ducha. Su padre, al ir a calentar la leche se encontró el cadáver, se llevó un susto mayúsculo, y del asco que le dio decidió posponer el desayuno y marcharse a la oficina, no sin antes calentarle las orejas al chaval. Verbal y físicamente.

Al bajar del autobús no pude evitarlo, tuve que mirar hacia atrás y allí estaba, un chico de unos dieciséis años, con la oreja izquierda de un tamaño dos veces mayor que la derecha.



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