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jueves, 2. diciembre 2004

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Para Carlos, con una sonrisa.

Hoy es un lunes gris Por Esperanza

Esta mañana el cielo tenía ese color de agua miedosa, que quiere caer pero no se atreve y la gente paseaba con paraguas bajo el brazo. Pero yo he salido un rato a tomar el aire sin capucha. El agua no hace daño. Moja. Solo eso. A la vuelta del paseo he querido secar mi chaqueta en un radiador, pero no funcionaba. Han saltado los plomos de la calefacción justo cuando el electricista se ha dado de baja. Seguramente haya sido por la gotera que se ha formado justo encima de una impresora. Tal vez, me he dicho, sea mejor así. Mañana vendrá otro electricista nuevo y se esforzará doblemente para causar una buena impresión. Hubiera llamado a pedirlo si no fuera porque mi móvil se ha estropeado y el fijo no tenía señal. Bien pensado, nadie podrá molestarme ni darme malas noticias.

Falta poco para la Navidad y hoy es un día perfecto para poner el árbol. He abierto la puerta del sótano para sacar los adornos y el falso abeto cuando una rata enorme ha salido corriendo. Me ha parecido ver que se paraba un segundo a mirarme. Pero creo que hemos hecho un pacto. Si ella no me molesta a mí yo tampoco pienso hacerlo.
Este año he puesto las cintas plateadas y las bolas de cristal. He colgado un par de esas bolitas de espejos, como las de las discotecas de antaño. Y en las puntas de las ramas, he encajado cedés estropeados que reflejen la luz. Y en la ventanilla para el público, un muñeco de nieve de alambre y algodón que alguien me regaló hace años. Me he llenado los dedos de espuma al dibujar estrellas en los cristales. Y cien luces diminutas que se encienden y se apagan.

La tarde va oscureciendo pero una niebla fina hace que parezca más clara. Y oigo a lo lejos el monótono sonido de una gota que cae sobre el plástico de la impresora. Me alejo un poco y veo el efecto. Hoy es un lunes plateado.

Hoy es un lunes gris Por Miguel

Después de dos semanas en casa de Carlos, por fin Alejandro está en su nuevo piso. El sábado quedó con la casera para recoger las llaves y hoy lunes viene la gente de IKEA con los muebles, a primera hora. Mientras les espera, recorre la casa vacía. La habitación de los niños es la que da al patio interior. Es la que usarán los fines de semana, uno de cada dos. Su habitación, nada más que un colchón aún envuelto en la funda de plástico, apoyado contra la pared. Desde la ventana se ve la calle, llena de coches a estas horas. En segunda fila esta el mismo coche azul que vio en su primera visita al piso. Hoy el cielo tiene color plomizo, en cualquier momento descargará con ganas. Alejandro vuelve al salón, que sirve de distribuidor de las habitaciones y accede a la cocina. Es alargada y estrecha, con una pequeña terraza para tender la ropa. También está la caldera de la calefacción. La pone en modo “invierno” y automáticamente entra en funcionamiento. Entonces se da cuenta del frío que tenía, los pies y las manos congelados.

Suena el timbre del portal. Alejandro mira el reloj: es la gente de IKEA. Sonríe. Le gusta su puntualidad. Enseguida se llena la casa de cajas, unas enormes, otras más chicas. Alejandro les va indicando dónde va cada cosa, las literas a la habitación de los chicos, la mesilla de noche a su habitación, la cubertería a la cocina... Tanta actividad le hace sentirse bien, le da energía. Mientras los operarios montan las estanterías, los armarios, las camas, él amontona las cajas vacías, separadas de los plásticos. Cuando acaban con el armario de su habitación, deshace las maletas y coloca la ropa en los cajones, mientras acaban con la estantería del salón, coloca el menaje de cocina. Tiene que apagar la calefacción, es imposible que nadie tenga frío ahora.

A las tres de la tarde ya han terminado de instalarle todo. Alejandro les da una propina y baja con ellos. Se acerca hasta una cafetería de la zona, “Los cuatro hermanos” a tomar un plato combinado. En la calle se fija que el coche azul ya está bien aparcado. Supone que su dueño trabajará en la academia de informática que hay junto al coche. Aunque estamos a principio de diciembre, la academia ya tiene los cristales llenos de espuma de nieve y adornos navideños. Nunca le gustó demasiado la navidad así que se sorprende al darse cuenta de que acaba de apuntar en la lista de compras pendientes un árbol de plástico y bolas de colores.

Alejandro sube a su casa. Su nueva casa. Enciende la luz del salón y se siente feliz. Se alegra de no haber querido traer nada de su antigua casa. Ahora todo es nuevo, brillante, agradable, muy bonito. Después de ir cuesta abajo tantos meses, siente que tiene una nueva oportunidad, una nueva y esperanzadora vida.



 

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